Éste sitio web usa cookies, si permanece aquí acepta su uso. Puede leer más sobre el uso de cookies en nuestra política de privacidad.

Ruta agroturística de Km 0 por el Baix Llobregat

Enric nos presenta un tinto de Els Hostalets de Pierola, un Tramp 2011 de Can Grau Vell, suave y refrescante al paladar. Brindamos antes de bañar un trozo de pan con el aceite elaborado con los olivos centenarios de la finca.

El placer de hoy:
De la huerta al plato: colores, olores y sabores

Hoy viajamos con el contador a cero. Vamos a descubrir sobre el terreno los colores y los olores de los huertos del Baix Llobregat para poder experimentar al máximo sus sabores a través de los productos expuestos en los mercados de payés y, sobre todo, en la mesa, en un restaurante con productos de proximidad, es decir, de Km 0.

1ª ETAPA: En el Parc Agrari
Nuestra aventura empieza en Cornellà. Junto al estadio del RCD Espanyol, un puente peatonal -decorado con grafitis y candados colgados por parejas de enamorados- nos conduce por encima de la autovía y del enjambre de coches que la teje. También salvamos el río Llobregat, que ha formado varios meandros e islotes entre la vegetación ofreciendo cobijo a los patos.

Una vez al otro lado, un cartel nos anuncia que estamos en el Parc Agrari. Pero, no hace falta, porque el olor de la retama y un arcoiris de amarillo, verde y marrón, con un ligero toque rosáceo, aparece ante nosotros como un espejismo, dando forma a un universo de flores, plantas, árboles y campos de cultivo. Parece mentira que estemos a un tiro de piedra de la gran ciudad.

Tenemos suerte de tener a nuestro lado a Miquel Domènech, uno de los técnicos del parque, quien nos conduce por un camino transitado por cicilistas, paseantes y aficionados al footing. El único motor que se oye ahora es el de los tractores. Nos fijamos en una pareja de esplugabous o garcillas bueyeras, que aprovechan los surcos que va creando la máquina para comerse los gusanos.

En el Mirador de Cal Monjo, junto al río, podemos ver Collserola a la derecha y Montserrat a la izquierda. El sendero que hemos cogido nosotros da una vuelta de unos 4 kilómetros por los huertos y masías del parque, entre El Prat y Sant Boi, pero si quisiéramos podríamos llegar hasta la playa, que está a 7 kilómetros, o incluso -en la dirección contraria- hasta el Pont del Diable de Martorell, remontando el Llobregat 23 kilómetros.
Durante nuestro recorrido, nos topamos con varias casas de payés, como Can Comas, Can Parellada, Can Misses o Can Xagó, pero hay bastantes más diseminadas por todo el Parc Agrari. A la altura de la Pota Sud, el nudo viario que enlaza con la C-32, volvemos a darnos cuenta que estamos rodeados de un Edén de naturaleza y, al mismo tiempo, de gigantes de hormigón y acero, como los rascacielos de L’Hospitalet que emergen a lo lejos.

Nos adentramos por el camino de la Ribera, que nos conduce hasta un entramado de huertos con las últimas alcachofas de la temporada. Ahora viene el tiempo de las cerezas. Un escuadrón de mariposas blancas parece que quiera guiarnos hasta ellas, pero lo que descubrimos es un imponente chopo centenario, que es la antesala de un arborétum donde podemos ver hasta 67 variedades de árboles fruteros tradicionales de la comarca.

A lo largo de nuestro paseo contemplamos en vivo y en directo los diferentes oficios y usos de la agricultura del Baix Llobregat, desde el payés clavando la azada en la tierra para plantar sandías o tomates, hasta una pareja de fumigadores o el labrador que ara la tierra con la ayuda de un tractor. Nos topamos con un jinete a medio galope e, incluso, con un pastor conduciendo a centenares de ovejas por un estrecho puente. Nos echamos a un lado y esperamos a que pase el ganado, como si estuviéramos en un paso a nivel.
De hecho, a poca distancia, vemos el AVE atravesar estas tierras trabajadas durante décadas y cuyos surcos desprenden un olor a vida que nos embriaga. Precisamente, nos refugiamos huyendo del sol debajo de las inmensas patas del viaducto del tren de alta velocidad. El viento nos acerca el aroma a melocotón y pera de los árboles cercanos. Ya casi hemos dado la vuelta. Volvemos a coger el sendero del río hasta el puente de los grafitis y los candados de enamorados. Atrás quedan dos horas de un agradable paseo por los olores y colores del Parc Agrari del Baix Llobregat.

2ª ETAPA: El mercado de payés
Dejamos atrás Cornellà para volver a poner el kilometraje a cero en Santa Coloma de Cervelló. Los dos primeros mercados de payés del Baix Llobregat montaron sus paradas en Sant Boi y la Colònia Güell, donde nos encontramos ahora.

Pero, lo cierto es que la experiencia ha sido tan exitosa que han seguido el ejemplo El Prat, Sant Feliu de Llobregat y Sant Vicenç dels Horts. Entre turistas amantes de la obra de Gaudí, bajo la sombra de unos árboles, descubrimos una decena de paradas con frutas, verduras, hortalizas, quesos y panes artesanos.

El mercado de payés de la Colònia Güell celebra su primer aniversario y los usuarios contestan una encuesta sobre la oportunidad que les brinda este mercadillo de comprar productos de proximidad. Además, se organizan actividades paralelas para grandes y pequeños. En el centro de la esplanada hay una mesa con cerezas bañadas en chololate, que saboreamos. Es un dulce obsequio para el visitante.

Vamos de parada en parada, contemplando el estallido de colores y olores de esas frutas y verduras que provienen, precisamente, de esos campos que hemos visitado esta misma mañana. Al final, quedamos prendados de unas cerezas enormes que tienen muy buena pinta. Compramos un kilo y se nos hace la boca agua de camino al coche.

3ª ETAPA: En la mesa del restaurante
Nos hemos propuesto probar los sabores de la huerta de al menos uno de los 30 restaurantes adheridos a la campaña de promoción de los productos Km 0 del Consorci de Turisme del Baix Llobregat. Tras abandonar la Colònia Güell, nos dirigimos a Cervelló buscando los fogones del Hotel Can Rafel, establecimiento que ofrece packs románticos a las parejas.

Serpenteando por una carretera de montaña, llegamos a un pequeño valle con espléndidas vistas, donde volvemos a descubrir a lo lejos la estela de Montserrat. En un soleado patio de bienvenida, nos recibe Enric Roig, representante de la tercera generación de una familia dedicada en cuerpo y alma a la restauración.
El Hotel Can Rafel es su emblema, que nace de una antigua masía del siglo XVI, que ha ido siendo ampliada hasta albergar las 24 habitaciones actuales, algunas de ellas con terrazas para disfrutar del paisaje saboreando un buen vino. Enric nos enseña su hogar, del que nos hace partícipes por unas horas. La decoración, de estilo colonial, incluye piezas y elementos arquitectónicos de la casa rural original. Teresa, la madre de Enric, le ha dado un toque personal incluso adornando las puertas antiincendios con pinturas de flores.

Nos llama especialmente la atención el precioso comedor-reservado habilitado en la antigua cocina de la masía, así como la laberíntica bodega -donde se pueden catar vinos y degustar tapas- y el coqueto spa -donde las parejas pueden disfrutar de sesiones privadas de masaje y circuito de agua-. Hablamos con Enric de sus vinos y nos revela desde el principio su devoción por los caldos de la comarca, aunque tiene una colección abundante de Rioja, Ribera del Duero, Montsant y otras muchas DO.

Volvemos al patio y nuestro anfitrión nos conduce a uno de los comedores del restaurante del hotel. Nos han preparado una mesa con vistas al campo de golf, la piscina y la escarpada colina poblada de árboles. Nos pregunta qué queremos comer y decidimos ponernos en manos del joven chef Gorka Barahona, que nos prepara un sugerente menú degustación lleno de sorpresas. Enric nos presenta un tinto de Els Hostalets de Pierola, un Tramp 2011 de Can Grau Vell, suave y refrescante al paladar. Brindamos antes de bañar un trozo de pan con el aceite elaborado con los olivos centenarios de la finca.

A partir de aquí, empieza el espléndido festival de sabores de mar y huerta que nos ha preparado Gorka: un original aperitivo “rabioli-pétalo de rosa”; un gazpacho de cereza, que nos parece un imaginativo homenaje a las 200 familias que la cultivan en el Baix Llobregat; una coca de escalivada con foie caramelizado que se funde con delicadeza en el paladar; unos guisantes ahogados con vieiras, que combinan los sabores de la tierra y el mar; unos trocitos de rape con fabetes y calamar con los que el chef demuestra otra vez su dominio del equilibrio de sabores, y, para finalizar, una porción de cochinillo con fresas y manzana que despierta nuestros elogios.

Gorka remata la faena con un mel i mató muy especial, que nos pone la guinda a una enriquecedora jornada en la que hemos conocido los olores, los colores y los sabores de la huerta y de la cocina del Baix Llobregat.

Sencillos detalles, pequeños placeres